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La sesión

Supongo, todos hemos pasado por lo mismo alguna que otra vez. A mi, lamentablemente, me viene ocurriendo desde hace ya dos años y medio, y algo me dice que la cosa da para largo. Es por eso que decidí venir a verlo. Necesito ayuda, y parece que usted es el único psicólogo en todo Dover. Aun así, déjeme decirle que no estoy dispuesto a encarar ningún tipo de tratamiento. Sólo quiero hablar del asunto, que me de una respuesta, y luego marcharme.
Andrew Rodester cambió de postura en su sillón de cuero negro y alto respaldo, cogió su block de hojas y, de un lapicero de cerámica que tenía pintado " EL PAPÁ Nº 1 ", retiró un bolígrafo azul, y luego me clavó la mirada por unos segundos, sonriendome sólo por cortesía.
Sé que va a preguntarme sobre mi infancia...; si mis padres me quisieron o no, si me considero feliz o siento deseos de quitarme la vida, si duermo bien o tengo pesadillas recurrentes.
Al licenciado volvió a dibujársele una sonrisa.
Sí, tuve una buena infancia, y mi adolescencia no fue para nada traumática, ¿sábe?
Durante la secundaria mis notas siempre fueron promedio; nuca tuve que esforzarme demasiado y nunca debí materias-. Tampoco fui obeso ni demasiado delgado, o demasiado tímido para hablar con las mujeres.
Mis padres me amaron mucho, pero de vez en cuando, y sólo si me lo merecía, mi padre me daba una tunda... Con esto no quiero decir que el fuese uno de esos padres golpeadores; a mi nunca me puso un dedo encima (jamás entré a la iglesia o a clase con moretones en la cara o el labio partido al medio).  Si me daba tundas era por que yo me las había buscado. Si el viejo me daba con el cinturón, nunca era del lado de la evilla, y siempre apuntaba a mi trasero. Lo suyo era algo correctivo. Así crié yo a mis hijos, y a ninguno de los dos les fue nada mal. Uno, como padre, debe educar a sus hijos siempre con amor, entiende?, pero si a veces se pasan de la raya...
El teléfono en el consultorio vecíno sonó tres veces y luego se detuvo.
Ya ve..., mis hijos no me odian, y creo que mi esposa tampoco lo hizo, y nunca he tenido deseos de saltar por la ventana o cortarme las venas mientras tomaba un baño.
Sí, sí... Ya sé lo que va  a preguntarme... Que si no me han despedido del trabajo, ya no tengo problemas de pareja, me veo sano y todo lo demás... ¿Para qué vengo a verlo?
Rodester dejó de escribir, miró detenidamente la punta del bolígrafo entre sus dedos y lo cambió por otro.
Ocurre que estoy cansado de que nadie me escuche, de que me ignoren. Por eso he venido.
¿Quiere un ejemplo...?
Rodester, siempre callado, se cruzó de piernas e hizo algo que me molestó mucho... ¡Bostezó! Fue uno de esos largos bostezo homéricos donde el rostro queda por completo desdibujado en una mueca. Fueron cuatro interminables segundos en los que pude ver dos tratamientos de conducto y una emplomadura.
¡Eso fue una falta de respeto! Quise detenerme y pegar un grito en el cielo..., pero no lo hice.
Hace unos días, creo fue el martes pasado, fui al banco a retirar algo de dinero. Yo estab en segundo lugar en una fila de tres personas. la mujer delante mio termina de hacer su depósito y, justo cuando yo estoy por saludar a la cajera con un " buen día, quisiera retirar dinero de mi cuenta ", ¿sábe que ocurre? La empleada apunta con el dedo a la persona detrás de mi y le dice " ... sí, usted, adelante ".
¿Puede creerlo? Me ignoró por completo.
Pero no crea que ese es solo un caso aislado. De serlo, yo no estaría aquí.
Algo similar me ha pasado en el trabajo. Allí, en la oficina, somos cinco personas: tres hombres y dos mujeres.
Antes, cuando llegaba por la mañana, todos me saludaban, y hasta me preguntaban bobadas tales como "¿qué tal tu día ayer?". ¡Como si el día anterior no nos hubiesemos visto, o "¿has visto ayer el programa de Johnny Carson?".
Ahora, sólo me ignoran.
Los viernes, una vez terminada la jornada, solíamos ir al bar de la esquina a bebernos unas cervezas y jugar a los dardos. Ir a por unas risas, como dicen.
Rodester dejó el bolígrafo sobre el escritorio, casi vacío, salvo por un pequeño relój digital, un portarretratos, y el lapicero.
... De un día para el otro, la cosa cambió. Yo iba con ellos, e incluso hasta me sentaba a la misma mesa y llamaba a la camarera para que nos atendiese. Cuando ella regresaba, en vez de cinco vasos, traía cuatro. ¡Cuatro vasos! Ya se imagina quién se quedaba sin tomar cerveza... ¡Moi! Y cada vez que intentaba iniciar o participar de una conversación, nadie parecía interesarse en lo que yo pudiese decir.
Se que podría llegar a decirme que todo esto me lo estoy imaginando, que es imposible el ser ignorado todo el tiempo por todo el mundo.
Al principio, cuando todo comenzó, llegué a pensar lo mismo. " Son ideas tuyas ", me dije.
Ideas mías.
En casa fue peor...
¿Acaso, no hay nada peor que ser ignorado por tu propia familia?
Yo llegaba a casa, y en vez de cuatro platos, sólo había tres sobre la mesa.
Y si piensa, o se atreve a pensar que mi matrimonio y mi familia estaba cayendo por un barranco, está muy equivocado. Nunca tuve una sola discusión con mi mujer, mis hijos nunca me faltaron el respeto y, creo, el clima familiar en general siempre fue bueno.
Solo fueron ignorandome.
Resumiendo, por que sé que no queda mucho tiempo de sesión, y ya quisiera irme, le diré cómo acabó todo.
Ya le he dicho que los viernes solía salir con mis compañeros de trabajo. Ese viernes llovía torrencialmente, y aunque los demás sí se fueron al bar, yo decidí regresar a casa temprano.
Recuerdo que encendí la radio, cosa que nunca hago por que no me gusta distraerme mientras conduzco, y sintonizé en la estación de rock clásico. Jim Morrison le decía a su chica, " vamos, nena, enciende mi fuego" una y otra vez. Y hasta me encendí un cigarrillo, cosa que tampoco hago mientras conduzco.
Me sentía bien.
Aparco el coche justo detrás de un Datzun 240z color azul, y mientras voy retirando las llaves de casa del bolsillo trasero del pantalón, me vuelvo a decir que todo esto es idea mía, que estoy pasando por alguna clase de depresión andropáusica, que en realidad nadie me ignora.
-Cariñoooo..., lleguéee- digo en voz alta.
Pero ella no contesta.
Sé que anda en casa, por que el aparato de televisión está encendido y el lavarropas no para de hacer ruido.
Entonces, subo las escaleras y me dirijo a la habitación.
Ya se imagina... No, no se lo imagina.
Abra la puerta, que estaba algo entornada, y no llego a decir " amor, vine temprano ", que la veo debajo de un tipo a quien nunca vi en mi vida, abrazada y a los besos en la cama.
Una imagen por demás horrible, ¿sábe; Ver a tu esposa debajo de otro hombre, con las piernas en alto, y al tipo con los malditos pantalones bajos hasta la rodilla, no es exactamente lo que llamaría la culminación de un buen dia.
Un hombre puede soportar muchas cosas, licenciado..., hasta el ser ignorado por completo, si se quiere. ¿Pero que tu mujer te engañe con otro hombre...? No tengo palabras para describir lo que sentí.
Me quedé parado en el umbral, viendo como ambos se movían en la cama, esperando el grito de horror de ella y la expresión de " me atrapaste" en el rostro de él.
Nada. Siguieron como si yo no estuviese allí.
Fue entonces que bajé a la cocina y, tras buscar uno de esos cuchillos para cortar grandes trozos de carne, regresé para asesinar a ambos.
El tipo no se lo vio venir. Creo que estaba muy consustanciado en lo suyo.
Cuando lo quité de encima, entre gritos y arañazos ella intentó zafarse.
Déjeme decirle, que al ver el reguero de sangre en el suelo, prácticamente toda la sábana, y observar que parte de la pared pegada al cabezal de la cama estaba salpicada, llamé a la policía dispuesto a entregarme.
Las sirenas no demoraron en hacerse oír y, como corresponde, fui esposado y acusado por el asesinato de mi esposa y su amante.
Pasé cinco días en la cárcel del condado. Ese último día, el comisario me visita a mi celda, y en vez de decirme que mi juicio se iniciaría pronto, me dice que soy un hombre libre, que hubo un error, que no soy sospechoso de nada...
-¡Pero si asesiné a ambos!- le grité- ¡Los asesiné a los dos! ¡Tiene que encerrarme!
El tipo me mira como si le estuviese hablando en chino, sabe..., y me dice "sí, claro"
¿Quiere oír algo gracioso?
Según el informe policial, y esto es de no creer, mi esposa y su amante tuvieron una terrible discusión mientras tenían relaciones. Como el cuchillo, casualmente,  estaba en la habitación, él lo tomó y, en un ataque de locura, primero le enterró el arma en la frente y luego, eufórico, le cortó el cuello de oreja a oreja. Y al ver lo que había hecho (los médicos forenses no se pueden explicar cómo demonios logró hacerlo), él mismo se apuñaló por la espalda seis veces. ¡Seis!
Y si me pregunta por mis arañazos, le digo que nadie me revisó.
Así que ya ve... Siempre me han ignorado. Asesiné a dos personas, lo confesé e insistí en mi culpabilidad, ¿y que ocurre? ¡Me ignoran!
¿Entiende lo que le digo, Licenciado?
Rodester vuelve a levantar la mirada, deja el anotador sobre el escritorio, y al mismo tiempo que yo puedo ver que, en vez de escribir sobre mi caso, durante todo ese tiempo no ha hecho más que dibujar casitas, paisajes, soles y garabatos inexplicables, me dice... " ¿perdón, por qué razón dice que viene a verme? "

El silbido en el baño

Hace varios años ya, cuando supe dar clases sobre literatura inglesa del Siglo XIX en la Universidad de Maine, un grupo de estudiantes de segundo año se me acercó hasta donde yo estaba sentado disfrutando del sol de media mañana y, a punto de llevarme a la boca mi primer bocado de un sandwich de atún, queso y aceitunas, que mi esposa me había preparado la noche anterior. No habían transcurrido ni diez minutos desde que había salido de mi clase y había encontrado un bonito lugar para tomar mi descanzo, y ver a aquellos estudiantes con sus expresiones más llenas de dudas que de certezas, hizo que me resignase a tener que abandonar mi almuerzo para más tarde. Así que, tras volverlo a meter en su bolsita plástica y, evitando lo mejor que pude, de largarles una severa mirada de disgusto, me dispuse a escuchar atentamente la serie de preguntas que me esperaban.
-... Crée usted, entonces, profesor, que las historias y relatos de fantasmas ya estan pasadas de moda?- quien formuló la pregunta fue un delgaducho y, hasta donde puedo recordar, siempre despeinado, estudiante llamado Thomas Doninghast. El había entrado a la universidad el año anterior, a apesar de estar un semestre atrasado con sus trabajos y haber reprobado varios exámenes, tenía una voluntad inquebrantable.
-No, no, no. Yo nunca dije tal cosa, Sr. Doninghast..., y si tiene más preguntas para hacerme, por favor, hágalas sin tener goma de mascar en su boca, que puedo verle hasta las amígdalas.
Los tres estudiantes que lo acompañaban no pudieron evitar una carcajada. Thomas enrojeció de verguenza, se quitó la arrugada y húmeda bola de goma de mascar y, tras bajar la cabeza, la arrojó al cesped.
-... Si hubiese entendido mejor mis palabras..., la consigna para el trabajo que les he encargado para la semana siguiente, más que seguro, ninguno de ustedes estaría aquí preguntandome esto.
De más está decir que, tanto Jonathan Blake, Tina Orlan y Charles Desmond clavaron sus miradas en Thomas como diciendo "BIEN HECHO, IDIOTA!!... Ahora, seguro, tendremos que tomar notas".
-Lo que quise decir esta mañana es, que si algo le ha faltado a muchas historias y relatos sobre espíritus y fantasmas, es eso que comunmente solemos llamar "originalidad".
-Pero, profesor...-, esta vez fue Tina Orlan quien intentó cuestionarme algo que tal vez dije durante clase, pero sólo se quedó con la boca entreabierta por un instante y luego, al darse cuenta que yo aun no había terminado, la volvió a a cerrar.
-No puedo, y creo tampoco ustedes, no apreciar la genialidad indiscutible de un John Masefield, Charles Dickens o hasta del mismo Algernon Blackwood, para escribir historias que nos hielen la sangre, dejándonos en vela gran parte de la noche, incapaces de apagar la luz de nuestra habitación para irnos a dormir. Es, déjenme decirles, al leer historia tras historia, tanto de estos como de otros autores, que podemos ver similitudes en ambientación, personajes y tramas; escenarios ubicados en ruinosas y por demás viejas casas de infinitas habitaciones, mansiones situadas en medio de bosques casi impenetrables donde nada, salvo el canto de los pájaros y el sonido de las hojas y ramas de los arboles siendo agitadas por el viento, puede escucharse. Y vemos pálidas siluetas fantasmagóricas pulular por oscuros e interminables pasillos, arrastrando tras ellos el peso de gruesas y oxidadas cadenas...
El sol, para ese momento, ya había comenzado a darme de lleno en el rostro, haciendome casi imposible levantar la mirada.
-Jamás, ni siquiera con autores actuales, he tenido la oportunidad de leer una sola historia cuyo escenario y trama se aparte de lo supuestamente establecido... Nunca un relato sobre fantasmas viajando en tren o tomando vacaciones, espectros sentados a la mesa de un bar, discutiendo sobre lo dificil que resultaba asustar a la gente hoy día. Nada de eso. Eso es lo que deseo de ustedes para la semana que viene..., que cada uno escriba su propia historia de fantasmas, que se olviden de todo lo que creen se debe hacer para escribirla y sean ustedes mismos. Y para que vean que no estoy pidiendo gran cosa, yo mismo les contaré una que, desgraciadamente, tuve chance de vivir en carne propia...

Lo que voy a contarles me ocurrió durante el receso de verano de la universidad de Portland, donde cursaba mis estudios. Yo tendría unos veintitres años y, al igual que el nuestro querido Sr. Doninghast, tambíén estaba atrasado con varias materias y me encontraba debiendo seis o siete trabajos de investigación; tanto así que, una tarde, recibí un comunicado de la secretaría académica avisándome que, de no subir considerablemente el puntaje de mis notas y no entregar todos mis trabajos para mitad de septiembre, me vería obligado a abandonar mis estudios.
De más está decir que, esa misma noche llamé a mis padres para decirles que no los podría ver hasta uno o dos dias antes de navidad.
De un día para el otro, tanto la biblioteca como la sala de estudios dejaron de ser sitios evitados por mi, a los cuales había considerado desde los comienzos, algo peor que la peste. Allí empecé a pasar mis mañanas y tardes, leyendo un libro tras otro, tomando notas, e intentando no perder mi beca. Sólo me marchaba de la biblioteca minutos antes del cierre, y cuando lo hacía, regresaba a mi habitación con dos o tres pesados volúmenes.
Mi compañero de cuarto, a quien he vuelto a ver sólo una vez, y por casualidad, se había marchado a visitar a sus padres, que vivían en Orgentown (demonios si sé donde queda aquel lugar), y no tenía planeado regresar a la universidad hasta los primeros días de clase. Y debo decir, que aunque nunca nos habíamos llevado del todo bien, si algo rescato de las semanas que estuvo ausente, fue su colección de discos. Steve Bauman, o Steveman, como se hacía llamar, fue el primero en fumar marihuana en el campus de la universidad, el primero en usar campera de cuero con flecos en las mangas y sandalias, y el primero en hacernos escuchar Jefferson Airplane (banda que aun sigo escuchando cada mañana que conduzco hasta aquí y regreso a casa). Gracias a que no se llevara sus discos y dejase el aparato que los hacía sonar, mis noches de estudio fueron más amenas.
Recuerdo que, al entrar por primera vez a la que, por cinco años, iba a ser nuestra habitación, vi a Steveman sentado al escritorio, no estudiando ni nada parecido, sino armándose uno bien grande. Ese fue el único uso que le dimos al mueble durante cuatro años. Y en su ausencia, yo me ocupé de llenarlo de libros abiertos, papeles hechos bollos y bolígrafos de todos los colores.
Bien, ya les he contado que, tan pronto abría sus puertas y hasta casi la hora del cierre, yo me internaba en la biblioteca para estudiar. Quien estaba a cargo era una agradable mujer de unos cuarenta años, llamada Josephine Artley, que siempre llevaba el cabello sujeto por unos pallillos de madera. Y aunque tenía fama de ser implacable con aquellos que se atrasaban con la devolución de los libros, conmigo parecía haber hecho la ecepción.
Fue en el transcurso de una de mis tantas visitas a la biblioteca cuando, ya con la vista cansada y la vejiga implorándome a gritos ser aliviada, me levanté de mi asiento dejando todos los materiales de trabajo sobre la mesa y, casi corriendo, me dirigí al baño de hombres.
-Sr. Thomson- Josephine se asomó tras el mostrador de atención al público-, recuerde que en quince minutos cerramos.
A lo que contesté, sólo me demoraría un instante.
El baño de hombres se hallaba justo al final de un ancho y bien iluminado pasillo de piso de baldosas color madera y paredes color crema. Y recuerdo que, llegar hasta la puerta me resultó todo una travesía.
Finalmente, con mi vejiga a punto de soltar todo el contenido y dejarme por completo empapado el único pantalón que me quedaba limpio, abrí la puerta de entrada.
¡Que alivio! ¡PEROQUEALIVIOOOOO!
Mientras dejaba que mi orina desapareciese por la cañería del minjitorio, alguien sentado al retrete comenzó a silbar una graciosa tonada.
Supuse que se trataba de alguno de los empleados de la biblioteca, pero luego me vino a la mente que los dos que trabajaban con la Sra. Artley estaban sentados al mostrador, con un pilón de fichas cada uno. También se me ocurrió pensar que se trataba de otro alumno, alguien que había estado en la biblioteca estudiando y yo no había visto; también recordé, que los pocos alumnos que habían estado en la sala de estudio, se habían marchado hacía unas horas.
Y el silbido seguía.
No voy a negar que sentí curiosidad por saber quién demonios se hallaba oculto tras una de las tres puertas de los retretes, así que, una vez me subí el cierre del pantalón, sigilosamente me fui encorvando para lograr, por lo menos, ver un par de zapatos o zapatillas.
No había nadie en el primer retrete.
En el, segundo la puerta se hallaba entreabierta, permitiéndome comprobar que éste también se encontraba desierto.
Y el silbido, aquella tonada tan parecida a la que podrías escuchar al iniciar el show de "Los tres chiflados", y que tan graciosa me había parecido en un principio, ahora me había puesto nervioso.
Un par de zapatillas azules y parte de un gastado jean.
-¿Eres tú, Roger?- atiné a pregunta, aunque en el fondo sabía que Roger Knicks, quien solía sentarse a mi lado durante las clases de interpretación literaria y tenía su habitación pegada a la nuestra, se había marchado a ver a su novia.
El silbido se detuvo.
Hubo un corto pero profundo silencio entre el desconocido en el retrete y yo, solo interrumpido por el contínuo "plick... plick... plick" de las gotitas de agua cayendo de una canilla mal cerrada.
Me incorporé al escuchar que la traba en la puerta era corrida, y el cartel de "OCUPADO" se había convertido en "DESOCUPADO".
Pero, ni la puerta fue abierta ni nadie tiró de la cadena.
La tonada volvió a sonar, y ya no pude contenerme más.
Abrí la puerta de un tirón, dispuesto a dar una golpiza al mal nacido.
El cubículo estaba vacío. Nada...
La tapa del inodoro se hallaba levantada, pero no había nadie sentado.
Asustado, sim comprender en absoluto lo que había vivido, di media vuelta y, justo cuando estaba por abrir la puerta y salir corriendo, el mismo silbido...
Nunca me animé a preguntar a nadie sobre el fantasma en el baño de hombres del edificio de la biblioteca.
De ahí en más, cada vez que tenía que ir a la biblioteca y sentía ganas de ir al baño, me aguantaba hasta llegar a mi habitación.