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Esperar a dormirse

Luego de haber presenciado como el ataúd de su esposa era descendido gracias a un sistema eléctrico de elevadores, de haber oído el típico sermón de "aunque camine por el valle de las sombras, no temeré...", y de haber llorado en silencio mientras su madre le sostenía de la mano como cuando él era niño y tenía miedo a dormirse con la luz apagada, Robert Barkin regresó a casa y, una vez sus parientes y amigos se marcharon, dejándole solo, esperó a que anocheciese para volver al cementerio y pasarla a buscar.
Cargó el asiento trasero del coche con una manta y una vieja escalera de madera que un vecino le había prestado el año anterior y él nunca había devuelto, y cuando finalmente se sentó al volante del Laredo, luego de haber tomado una ducha y preparado la casa, ya eran pasadas las once de la noche.
Cuando llegó al lugar se dio cuenta que salir del coche cargando una escalera, una pala y una manta, por más que no hubiese nadie a la vista en ese momento, podría despertar sospechas. Sólo cogió la manta  y la pala y se dirigió hacia las rejas que separaban a su esposa del mundo de los vivos y, con gran esfuerzo, las trepó y cruzó.
Tras caminar por el sendero, a oscuras salvo la débil luz de la luna cubierta de nubes y por una pequeña linterna de bolsillo que tenía las pilas ya casi vacías, y encontrándose ya casi a punto de llegar a la tumba, Robert recordó que había dejado las luces del jeep encendidas y la llave aun puesta; y se sobresaltó cuando, al pasar por debajo de la gruesa rama de uno de los pinos, un búho emprendió vuelo por sobre su cabeza. Hasta casi pudo sentir una de las alas rozándole el cabello, o tal vez fueron sus patas, y no pudo evitar encorvarse y taparse la cara con las manos, dejando caer todo al suelo.
Al llegar, vio que la tumba de su esposa aun no había sido tapada y nadie del cementerio había quitado la corona de flores junto a la lápida.
Apagó la linterna y, luego de dejar el resto de las cosas a un lado, se sentó al borde de la tumba, tratando de calcular cuán profundo sería el foso.
Se dejó caer y, al aterrizar sobre la tapa de cedro, se sorprendió del poco ruido que hizo.
Segundos después, un punzante dolor en su tobillo derecho, como tener clavos calientes metidos, le hizo querer dar un grito, pero lo frenó apretando fuerte los dientes y cerrando por completo los ojos.
Intentó pararse, pero el dolor de apoyar el pie torcido fue poco más que insoportable. Y por un instante se dijo a si mismo que regresar a casa con su esposa muerta era la clase de idea que a un completo demente sólo podría ocurrírsele, y que lo más sensato sería gritar por ayuda, esperar a que alguien lo rescatase y luego aceptar las consecuencias.
"... Porque si crees que sacar a Kara del cementerio no te traerá consecuencias, estas muy equivocado. Ah, y de paso, no te olvides de gritar por ayuda. Olvida todo esto y grita tan fuerte como puedas", habló, por primera vez en el día, la voz en su cabeza.
Pero lo cierto es que él no podía vivir si Kara a su lado, sin tocarla, sin hablarle, sin hacerle el amor... La amaba más que nada y a nadie en el mundo. La amaba más allá del aneurisma que, sin aviso, la había matado cuatro días atrás mientras ella doblaba las sábanas que había terminado de planchar minutos antes. La amaba, más allá de que ahora estuviese fría y gris, que el personal de la funeraria la hubiese maquillado y perfumado y ahora ella oliese a Elizabeth Arden y encierro.
Arrodillado como estaba, levantó la tapa superior y volvió a retirar de su bolsillo la linterna.
No encendía.
"Dios santo, Robert..., corta con todo esto de una vez y grita por ayuda. Kara está muerta, Robert. Entiendes? M U E R T A. Acaso te das una idea de lo que estás por hacer? Crees que con llevarla a casa y acostarla en la cama...
-Cállate!!! No está muerta Ella duerme. Kara está dormida. Eso es lo que pasa, está dormida- le contestó a la voz.
Entonces, usando todas sus fuerzas y casi sin poder apoyar un pie, logró sacar a su esposa del ataud y cargarsela al hombro.
Varias cosas ocurrieron en ese momento; la primera fue darse cuenta que, por más ganas, voluntad, fuerza que pusiese, no podía pararse. Kara se había vuelto más pesada y el tobillo, simplemente, él lo sentía hecho trizas. Otra de las cosas, fue ver que la fosa era demasiado profunda, estaba por comenzar a llover y, por último, le pareció escuchar el sonido de un motor, como el de un tractor siendo puesto en marcha y dirigiéndose en su dirección.
"Te dije que gritaras por ayuda. Ahora, sí, ahora..., más te vale que grites fuerte. Grita hasta quedarte sin voz, y ruega que el tipo en el tractor te escuche, porque el maldito va a taparnos. Querías estar con Kara? Si no gritas, lo estarás!
-Aquiiii!!! Ayudaaa!!!!
Lo escuchó acercarse, pero el ruido del motor, junto con los primeros truenos y relámpagos de una tormenta que no demoraría mucho en hacer su aparición, convirtieron sus gritos en absoluto silencio.
Cuando la pala del tractor recogió el primer montón de tierra y lo echó sobre la tumba abierta, Robert, sin fuerzas y entregado en lágrimas a su propia muerte, se recostó junto a su esposa y esperó él también a quedarse dormido.





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