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La lluvia los trae

Según lo que Patrick Boyd había escuchado por la radio, ya a medio camino de llegar al condado de Dover, se había topado con una de las más impiadosas tormentas de verano. De hecho, según había comentado la voz en la radio, no se había visto tormenta tan grande "... desde 1956, cuando...".
Y lo cierto es que a él no le importaba un comino lo que había ocurrido en 1956. Lo que importaba era el ahora, y por ahora Patrick se sentía como aquel tipo al que le habían hecho una broma de muy mal gusto. Esta broma, su broma, le impedía ver hacia adelante por la gran cantidad de lluvia que caía, y a eso aparte se le sumaban los fuertes vientos que no sólo intentaban desestabilizar el coche.
Se encontraba viajando a una velocidad de 20 millas por hora en una carretera casi vacía que parecía conducir a ningún lado.
El cielo había dejado de serlo hacía ya varias horas para convertirse en una especie de grisáceo, casi oscuro, techo infinito, el cual era iluminado cada cinco o diez minutos por algún relámpago lejano.
"Las carreteras casi nunca se encuentran desiertas"; se dijo a si mismo, mientras encendía el tercer cigarrillo desde que había salido de Portland.
De nada servía encender el limpia parabrisas.
Después de conducir en medio de la nada por poco más de dos horas, decidió detener el coche junto a la banquina y esperar a que la lluvia se detuviese, si es que en algún momento iba a hacerlo.
De pronto, mientras exhalaba una bocanada de humo que se escapaba por la ventanilla baja de su lado, a Patrick se le antojó ver una silueta acercándose hacia él.
Encendió nuevamente la radio y escuchó.
"... Así que si tienen un lugar donde esconderse, ¡háganlo ya!", exclamó la voz en la radio. "Es la lluvia. Así fue en 1956, y así es ahora. ¡Es la lluvia!"
Dio una nueva pitada al cigarrillo, que ya se encontraba por la mitad, y se desprendieron cenizas que cayeron sobre su camisa blanca, dejando una pequeña mancha gris.
La silueta que él había visto minutos atrás se tornó más cercana, más nítida.
"Es la lluvia", pensó. "La maldita lluvia que no deja ver nada".
Levantó la cabeza en dirección al espejo retrovisor para mirarse los ojos, los cuales sentía cansados después de conducir sin poder variar los rangos de visión, y pudo ver otra silueta acercarse también en dirección al coche.
"... se cree que la lluvia, al convertirse la tierra en barro, a suavizarse, permite que salgan a la superficie. Lo que no sabemos es, si este lapso de 40 años es coincidencia o no. Incluso, por los registros que tenemos, algo parecido ocurrió en 1956, el mismo mes y el mismo día: 24 de Julio.
El tipo que hablaba en la radio ya comenzaba a preocuparle, y mucho.
No se trataba de uno de esos locos religiosos que tienen su propio programa y avisan a todo el mundo que el apocalipsis está por llegar... No, esto era otra cosa, algo que traía la lluvia, o que salía gracias a ella.
"Son varias siluetas, no una ni dos, ni siquiera tres. Muchas.
Las vio acercarse desde adelante, desde atrás, y al mirar por la ventanilla, Patrick vio más. Algunas parecían caminar en linea recta, mientras que otras zigzagueaban sin destino aparente, como buscando alguien que les pudiese dar direcciones de como llegar a tal o cual lugar. Esas no le preocupaban, sino las otras, las que se aproximaban al coche.
Las vio altas, humanas, aunque no tanto, ya que sus movimientos parecían faltos de coordinación.
-Gente sacudiéndose la lluvia- se dijo.
Era gente, sí, ya no le quedaban dudas al respecto.
Pordioseros con las ropas totalmente empapadas de lluvia y mugre.
Algunos, los que parecía tenían dificultades para caminar erguidos, iban en cuatro patas o, simplemente, se arrastraban.
Y fue cuando una de las siluetas, una que estaba demasiado cercana al automovil, y que él no había logrado ver, tapó la luneta con su cuerpo despojado de vida y, con un puño carcomido por gusanos, rompió el vidrio...
"... Así que si viajan por la carretera del sur que conduce  Dover, den media vuelta, regresen".
Lo cierto es que él no llegó a escuchar la frase por completo, ya que lo único en su mente fue el sonido de los gemidos de los cadáveres de la ruta, metiéndose dentro del coche para alimentarse de su vida.

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