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Descenso


 Kyle Blackwood terminó de separar la cabeza del cuerpo del niño que dos días atrás había recogido en el centro comercial y la metió dentro de una de las dos bolsas plásticas transparentes que quedaban por llenar, la cual cerró haciéndole un apretado nudo.
“Hasta aquí hemos llegado”, parecía decir aquella carita de ojos y boquita abierta, desde el interior de la bolsa.
Dejó la cuchilla dentada sobre la mesa y con un trapo se secó las manos empapadas en sangre y restos de cabello, y buscó del armario los dos libros que, según el vendedor a quien se los había comprado tan solo dos semanas atrás, garantizaban Satán se le aparecería.
Dentro de la habitación hacía calor, tal vez demasiado, debido a que las persianas estaban bajas y el ventilador de techo tenía el motor quemado.
¿Cuántas veces Kyle había asesinado para llamar la atención de Lucifer? ¿Diez? ¿Quince? Ya había perdido la cuenta.
Al principio, durante el invierno del año anterior, se dijo que sólo se iba a dedicar a hombres y mujeres, pero niños nunca. Hasta allí llegaría. Ese era su límite.
Pero Satanás jamás se le presentó, por más deseo y esfuerzo que él pusiese en el asunto; ni siquiera una señal. Nada.
Ya habían transcurrido cuatro meses desde que había cruzado la barrera de no matar niños; los recogía en el parque, en algún centro comercial, los encontraba en la vereda, metidos en sus carritos de bebé mientras sus madres se hallaban distraídas mirando alguna vidriera o comprando algo a escasos metros. Algunas veces ni siquiera necesitaba convencerlos con promesas de caramelos o juegos de parque de diversiones; simplemente les tomaba de la mano o alzaba en brazos y se marchaba con ellos. Al finalizar la tarde, siempre había alguno en la parte trasera de su furgoneta.
“Esto es para ti… Ven... Te espero. Preséntate! Esta es mi ofrenda…”; solía decir cada vez que metía un niño en su habitación y, con una sonrisa alegre, le explicaba detalladamente cada cosa que iba a hacerle, mientras la criatura gritaba y lloraba implorando por su mami en un mar de lágrimas y mocos.
Luego, silencio…
Pero EL nunca se presentaba.
Tampoco se presentó esa tarde, ni lo hizo la siguiente…
Por cinco noches no durmió, preguntándose dónde había fallado, qué le había faltado. Los libros obtenidos, claramente, luego de haberlos leído y releído una y otra vez hasta que las palabras en cada hoja dejaron de tener sentido, estaban equivocados.
Kyle no demoró en comprender que estaba perdido, que de todo lo que había hecho nada había servido a Satanás, que nada había le había llamado la atención; ninguna ofrenda suficiente.
Tal vez, pensó, su última noche de insomnio, mientras llenaba la bañera para quitarse la vida allí, cortándose las venas con una hojita de afeitar ya oxidada, todo aquello había sido en vano.
Casi recostado ya dentro de la tina, sosteniendo la hoja de afeitar entre el pulgar y el índice de su mano izquierda, intentó recordar cuando fue la última vez que estuvo con una mujer, la última vez que tuvo un hombre entre sus piernas, su mejor muerte…
Presionó la hoja de afeitar sobre la cara interna de la muñeca dispuesto a trazar una profunda línea hasta el antebrazo, pero se detuvo en el proceso.
Algo había cambiado en ese momento; no dentro de la casa, tampoco fuera de ella, ni siquiera dentro de sí mismo. No fue un cambio perceptible a simple vista, como el paso del verano al otoño, el movimiento de las hojas de un árbol cuando sopla el viento, o la lenta pero segura transformación de una oruga en una mariposa… Esto era algo por completo distinto…; algo que le decía que
“Debo ser yo. Siempre debí ser yo”; dijo la voz dentro de su cabeza.
Esa misma noche fue el comienzo de su largo camino.
Tras recorrer uno por uno los avisos sexuales en el periódico buscando no sabía bien qué, Kyle levantó el tubo del teléfono y llamó a quien, dos horas y media después, hizo de él un verdadero cenicero humano.
Cuando sonó el timbre y abrió la puerta, supo que el primer paso había sido dado, que el alto muchacho de veintidós años que tenía delante suyo, de cabellos rubios demasiado cortos y sin brillo, ojos color miel y cejas demasiado finas para tratarse de un hombre, le ayudaría, por lo menos por primera y única vez, en su travesía; Después, Kyle simplemente seguiría por su cuenta…
En ningún momento hizo más preguntas al joven que las necesarias; ningún pedido especial fue hecho; ningún límite fue marcado. Sólo dejó que el joven se cubriese el rostro con una máscara de cuero negro sin más orificios que en los ojos y en boca y fosas nasales.
Cada presión que el muchacho enmascarado hacía de cigarrillo encendido tras cigarrillo encendido sobre su piel fue recibida con lágrimas al principio, silencio luego, placer, dolor y deseo. Siempre deseo. Aquel sentimiento por sobre todas las cosas.
Y para cuando el chico terminó, dejándole por todo el cuerpo pequeños botones de carne chamuscada del tamaño de monedas de cinco centavos, Kyle comenzó a pensar en que alguien, desde abajo, lo estaba mirando…
Día y noche busco ser perro de alguien, se dejó penetrar por desconocidos de toda clase y objetos de todo tipo; la noche que por primera vez se olvidó de si mismo y se encomendó a convertirse en nada, permitió que una niña de diez años le arrancase las uñas de ambas manos con una tenaza mientras su padre observaba todo desde un sillón. Durante tres días permaneció en un sótano, suspendido en el aire por medio de ganchos en la espalda. De todas y cada una de las veces que fue usado y abusado, humillado y mutilado, siempre se encontró rodeado de espectadores; eran seres que no deseaban entrar en la acción, sino que disfrutaban presenciándola desde distintos puntos.
Poco tiempo fue necesario para que el nombre “Kyle” fuese conocido en ciertos círculos muy exclusivos. Poco tiempo, para que no hubiese una sola persona que no hubiera probado un poco de él. Aquellos que nunca habían probado a Kyle no se demoraron en hacerlo, y quienes ya lo habían hecho terminaban esperando una segunda oportunidad.
Finalmente, cuando ya nada quedaba útil en él para ser ofrendado, cuando dejó de ser el centro de atracción y otro ocupó su lugar, y sólo fue visto como si se tratase de la viva imagen de la muerte, convertido ya en pulpa y sangre de algo que anteriormente había sido un humano, Kyle comprendió que su viaje no había sido en vano.

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