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Habitación cerrada


Catherine Darr no se sorprendió en absoluto al observar cuán rápido podía llegar a crecer lo que en un comienzo había sido la llama de un fósforo encendido arrojado sobre la alfombra que llenaba por completo el piso de la habitación que su esposo y ella compartían. Tampoco le llamó la atención lo rápido que el fuego logró alcanzar la cama, las cortinas…, todo. La puerta estaba cerrada con traba, y ella se había ocupado de lanzar la llave por la ventana junto con las ropas colgadas dentro del armario, su hija de dos años, y el frasco de pastillas antipsicoticas.
Eran cerca de las nueve y media de un lunes demasiado caluroso, tanto dentro de la habitación como fuera de ella.

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